Hillary acarició el espejo con delicadeza, recorriendo lentamente con el pulgar los símbolos que decoraban el marco. Entonces volvió a escuchar la voz de Bagayhú.
La primera vez había sentido miedo, como cualquier persona en su sano juicio. Sin embargo, las palabras que decía esa dulce voz que tan bien la conocía no podían provenir de nadie o nada malo.
Pese al cosquilleo en la boca del estómago, Hillary pensaba que esa, y no otra, era la voz se su ángel de la guarda.
Nada podía salir mal por seguir su consejo.
La primera vez había sentido miedo, como cualquier persona en su sano juicio. Sin embargo, las palabras que decía esa dulce voz que tan bien la conocía no podían provenir de nadie o nada malo.
Pese al cosquilleo en la boca del estómago, Hillary pensaba que esa, y no otra, era la voz se su ángel de la guarda.
Nada podía salir mal por seguir su consejo.
Relato de Diego A. González Reinfeld
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