22 de junio de 2008

Ilustraciones relatadas III: Honor y menciona.

Alguien menciona mi nombre. Podría ser cualquier persona que lo conociese, pero fue precisamente ella.

Alcé la vista, y vi como sus ojos estaban sobre mí mucho antes de que yo los abriese. ¿Su cara? Se podría decir que las circunstancias hacían de sus rasgos un collage difícil de descifrar. Se podría decir incluso que su cara era de circunstancias. Dejé que el tedio que me empapaba de arriba a abajo cayera estrepitosamente. Me levanté, preparé mis bártulos y ella revisó su atuendo. Estaba guapa, pero eso no significaba que su indumentaria fuese acorde a mi gusto. Mientras yo me vestía, ella aprovechó para mirarse en el espejo y retocar su delicado decorado facial. Qué guapa se creía, sabía que sus virtudes sobre el escenario no podrían verse empañadas por un defecto de aquella pintura mural que sostenía su cabeza, que bien se conocía.

Después salimos, con la típica mirada de saber que no estamos en el lugar adecuado. Esa mirada más de película que de libro. Subimos al coche, como siempre ella bajó el espejo que descansaba frente a su asiento y continuó con la pertinente manipulación de su lienzo, en este caso, sus ojos. Tiernos e inocentes.

Lo siguiente que sucedió fue previsible, puse la radio mientras ella miraba pensativa el paisaje colindante. Lo sucedido en el trayecto fue irrelevante, hasta que cuando empezaba a avistar el final de aquel viaje un sonido alertó mi calma. Por el retrovisor luces de color azul parpadeaban y sólo podían significar una cosa. Las autoridades pertinentes, en este caso, impertinentes. Paré.

El agente se acercó con parsimonia mientras yo lo observaba por el retrovisor izquierdo. Su andar era lento pero seguro, pesado pero consistente, y temible como ninguno.

El sonido que acompaña a una ventanilla bajándose se vio eclipsado por la pregunta del policía:

-¿Señor, a qué velocidad circulaba?

Miré el velocímetro por primera vez en todo el viaje, pero entonces marcaba cero.

- No lo sé, señor agente.

- Bien, deme los papeles.

Aquellos grotescos encuentros burocráticos me horrorizaban, nunca estaba seguro de llevar encima todos esos documentos acreditativos e indispensables. Miré a mi compañera, ella volvía a mirarme con aquella cara de desesperación con la que me había despertado. Quizá si el agente viese y descifrase aquel rostro me dejase seguir mi precipitado camino.

- Un momento, por favor.

- Vaya, qué princesita más guapa.

La vio, era el momento clave.

- ¿A dónde la llevas, Romeo?

No sé si el tono era simpático o de ese gusto irónico que les suele caracterizar. Y más a las 9:30 de la mañana. Media hora tarde, mi honor empezaba a tambalearse. Empezaba a ver la cara de mi esposa, herida y enfadada. ¿Cómo has podido? ¡Eres un desastre! Hoy era un día importante. Entonces formulé la respuesta de la que casi me había olvidado:

- ¿Que a dónde vamos? Hoy mi hija tiene la función de fin de curso, y llegamos media hora tarde.

- Ah, felicidades jovencita. Por hoy se la perdono, caballero, pero tenga ojito.

- Gracias señor agente, ya sabe los fallos que suelen dar esos despertadores.

Se río y pronunció algo indescifrable mientras se alejaba rumbo a su vehículo. Arranqué y seguí, el colegio no quedaba muy lejos, y por suerte, la lluvia retrasó el evento.

Menos mal.

.

.

.

.




2 comentarios:

Gaby dijo...

Menos mal que el policia tenia sentido del humor y buen corazón. :)

alkerme dijo...

Buen relato Flowtista,
Un saludo