Pongámonos en situación…
Son las cuatro de la madrugada. En la transición entre dos discotecas cruzan una emblemática plaza de la ciudad. Hacia el centro de la plaza, él se encuentra con un amigo y los tres se detienen para saludarlo. En un momento de confusión entre las presentaciones y los pertinentes vaciles etílicos, ella dice algo que provoca una persecución entre risas. Él sale disparado detrás de ella y la alcanza justo a la orilla de la fuente central. Por supuesto, como en toda película romántica de argumento simplón pero rebuscado, es su última noche. Ella se irá y no volverá. Él se quedará y no saldrá. Para colmo, al retorcido guionista se le ocurre que la chica esté a punto de casarse. Con otro, por supuesto, porque esto es una comedia romanticona (apréciese el sufijo peyorativo). Él la agarra por la cintura y, como si de dos expertos en baile de salón se tratara, ella se inclina y se queda suspendida a dos palmos del agua. Lo justo para no mojar el largo cabello liso y rubio que con tanta dedicación estuvo preparando horas antes para esta noche. Para él. Él es esta noche. Para él, ella es esta noche y el mundo –pero aún no lo sabía, porque aún no tenía sentido. Ella ha perdido el equilibrio y se agarra fuertemente a él sin descuidar su elegante postura. No sólo su pelo depende de la firmeza de su compañero de baile; sumergirse en el agua de una fuente en la madrugada de una noche de invierno gallego no sería precisamente la recomendación ni de un amigo ni de un médico. Pero, ¿Cómo iba él a dejar que ella se mojara un ápice?... si iba tan perfecta. Encajaba perfectamente en el perfil de niña mona sencilla y clásica que a él tanto le atraía. Unos vaqueros, una rebeca blanca y una diadema a juego con su camiseta amarilla “como el sol” – decía ella con gesto presumido y jocoso al principio de la noche. El guionista en su tónica de exagerador comercial se pasó de listo, ¿cómo iban a enamorarse si apenas se conocían? ¡Ah! Pero ahí pecamos los demás de enterados. Ellos no estaban enamorados el uno del otro, estaban enamorados de la situación, de la dificultad, de la prohibición, de la pasión y de la novelería. Él hace el amago de soltarla como muestra del poder que la situación le confiere para ese momento. Ella se asusta, se agarra aún más fuerte a su cintura y suelta una risa nerviosa.
-Sabes lo que tienes debajo, ¿no? –insinúa él en inglés. Como no podía faltar en un guión de estas características, para justificar el hecho de que no vayan a volver a verse nunca más, el guionista rebusca en un mapamundi un lugar alejado de la mano de Dios y del protagonista. Tras una larga deliberación decide que el lugar perfecto es Letonia, un país resultante de la fragmentación de la antigua unión soviética. Allí sólo se habla letón y ruso. La chica es estudiante de intercambio Erasmus y habla un inglés que deja nuestro sistema educativo a la altura del betún. Así mataba dos pájaros de un tiro y justificaba también su pelo rubio y unos intensos ojos azules que si no alumbraban en la oscuridad él no se lo creería porque en ellos se perdía durante sus largas conversaciones y para explicar sus continuas “ausencias” usaba de excusa su “triste inglés español”. Claro que podía entenderla, pero no podía atenderla.
- Sí –contesta tímidamente sin tener ya tan claras las intenciones de su compañero. - Si no fuera una buena persona me aprovecharía de la situación y… -dice y calla a tiempo para no soltar una verdad fuera de momento y lugar.
- y… ¿que? –pregunta ella sin ánimo de preguntar porque la inocencia de su indumentaria ya no se correspondía con la pérdida de control de ambos.
- y…te besaría –hasta el guionista pierde el mando de la situación.
-Entonces… hazlo. Mientras el guionista se cuelga con una corbata de la lámpara del salón tras tamaña falta de originalidad, ellos se besan a dos palmos del agua. Se congela la imagen, se hace el silencio; traveling con plano contrapicado, fundido en negro y... “Fin”.
Otro romance de película que termina en nada. Pero, ¿qué digo? Lo más parecido a un guionista que hay en esta historia era un gato enrazado sin collar que buscaba sabe Dios qué en una papelera. Pero hasta el gato parecía puesto ahí en ese momento deliberadamente. Los últimos siete años de mi vida los he pasado intentando adelantar el reloj y siento que en ese momento lo habría parado para siempre. Como bien puso Platón en boca de Sócrates, “el amor es un estado de locura” que roza o, más bien, llega de pleno a la patología, quién sabe si transitoria o no. Y yo en mi estado de locura me muero porque me vuelvas a preguntar qué espero de la vida.
Lo que espero de la vida es…
Son las cuatro de la madrugada. En la transición entre dos discotecas cruzan una emblemática plaza de la ciudad. Hacia el centro de la plaza, él se encuentra con un amigo y los tres se detienen para saludarlo. En un momento de confusión entre las presentaciones y los pertinentes vaciles etílicos, ella dice algo que provoca una persecución entre risas. Él sale disparado detrás de ella y la alcanza justo a la orilla de la fuente central. Por supuesto, como en toda película romántica de argumento simplón pero rebuscado, es su última noche. Ella se irá y no volverá. Él se quedará y no saldrá. Para colmo, al retorcido guionista se le ocurre que la chica esté a punto de casarse. Con otro, por supuesto, porque esto es una comedia romanticona (apréciese el sufijo peyorativo). Él la agarra por la cintura y, como si de dos expertos en baile de salón se tratara, ella se inclina y se queda suspendida a dos palmos del agua. Lo justo para no mojar el largo cabello liso y rubio que con tanta dedicación estuvo preparando horas antes para esta noche. Para él. Él es esta noche. Para él, ella es esta noche y el mundo –pero aún no lo sabía, porque aún no tenía sentido. Ella ha perdido el equilibrio y se agarra fuertemente a él sin descuidar su elegante postura. No sólo su pelo depende de la firmeza de su compañero de baile; sumergirse en el agua de una fuente en la madrugada de una noche de invierno gallego no sería precisamente la recomendación ni de un amigo ni de un médico. Pero, ¿Cómo iba él a dejar que ella se mojara un ápice?... si iba tan perfecta. Encajaba perfectamente en el perfil de niña mona sencilla y clásica que a él tanto le atraía. Unos vaqueros, una rebeca blanca y una diadema a juego con su camiseta amarilla “como el sol” – decía ella con gesto presumido y jocoso al principio de la noche. El guionista en su tónica de exagerador comercial se pasó de listo, ¿cómo iban a enamorarse si apenas se conocían? ¡Ah! Pero ahí pecamos los demás de enterados. Ellos no estaban enamorados el uno del otro, estaban enamorados de la situación, de la dificultad, de la prohibición, de la pasión y de la novelería. Él hace el amago de soltarla como muestra del poder que la situación le confiere para ese momento. Ella se asusta, se agarra aún más fuerte a su cintura y suelta una risa nerviosa.
-Sabes lo que tienes debajo, ¿no? –insinúa él en inglés. Como no podía faltar en un guión de estas características, para justificar el hecho de que no vayan a volver a verse nunca más, el guionista rebusca en un mapamundi un lugar alejado de la mano de Dios y del protagonista. Tras una larga deliberación decide que el lugar perfecto es Letonia, un país resultante de la fragmentación de la antigua unión soviética. Allí sólo se habla letón y ruso. La chica es estudiante de intercambio Erasmus y habla un inglés que deja nuestro sistema educativo a la altura del betún. Así mataba dos pájaros de un tiro y justificaba también su pelo rubio y unos intensos ojos azules que si no alumbraban en la oscuridad él no se lo creería porque en ellos se perdía durante sus largas conversaciones y para explicar sus continuas “ausencias” usaba de excusa su “triste inglés español”. Claro que podía entenderla, pero no podía atenderla.
- Sí –contesta tímidamente sin tener ya tan claras las intenciones de su compañero. - Si no fuera una buena persona me aprovecharía de la situación y… -dice y calla a tiempo para no soltar una verdad fuera de momento y lugar.
- y… ¿que? –pregunta ella sin ánimo de preguntar porque la inocencia de su indumentaria ya no se correspondía con la pérdida de control de ambos.
- y…te besaría –hasta el guionista pierde el mando de la situación.
-Entonces… hazlo. Mientras el guionista se cuelga con una corbata de la lámpara del salón tras tamaña falta de originalidad, ellos se besan a dos palmos del agua. Se congela la imagen, se hace el silencio; traveling con plano contrapicado, fundido en negro y... “Fin”.
Otro romance de película que termina en nada. Pero, ¿qué digo? Lo más parecido a un guionista que hay en esta historia era un gato enrazado sin collar que buscaba sabe Dios qué en una papelera. Pero hasta el gato parecía puesto ahí en ese momento deliberadamente. Los últimos siete años de mi vida los he pasado intentando adelantar el reloj y siento que en ese momento lo habría parado para siempre. Como bien puso Platón en boca de Sócrates, “el amor es un estado de locura” que roza o, más bien, llega de pleno a la patología, quién sabe si transitoria o no. Y yo en mi estado de locura me muero porque me vuelvas a preguntar qué espero de la vida.
Lo que espero de la vida es…
Y de paso...¿Por qué no visitan su blog?
-Tratado de la Dolce Vita
Un saludo!
7 comentarios:
Como ex-estudiante-ERASMUS en Riga (Letonia), cosa verídica que tuvo lugar el curso pasado, corroboro la información que acerca de dicho país aquí se expone. Por supuesto muy bueno el relato, y por supuesto muy buena la ilustración... una muy buena combinación, sí señor.
guauu!! muy buena la historia acompañado de un excelente dibujo, o es al revés??
de todos modos, me encanta escribir a partir de una imágen, creo que la imaginación y originalidad se mantienen en su mayor punto, o asi al menos lo veo yo.
saludos!!
Buf, tenías más razon que un santo cuando nos dijiste que este texto nos gustaría. Es que nos hemos enamorado de él. Es más, creo que lo vamos a imprimir :p Y no es coña.
Sobre el dibujo...¿qué te voy a decir que no te haya dicho ya? ;)
Ojalá hagas más de éstas, porque es una sección deliciosa.
Hay una parte confusa. Entendí, después de leerlo varias veces, que la historia se desarrolla en una noche gallega, ella es una letona (con L) de erasmus y se entienden en inglés.
En la película probablemente habrían caído a la fuente después del beso.
El texto es genial y el dibujo también.
Dioooooooooooos, que pasa de relato del Galeeeee
Flowtista! Me queda en favoritos el link de tu blog! Me pasaré por aquí!
Un abrazo desde Vigo!
Gracias por la acogida. Ya meditamos un convenio Gale y yo para futuros proyectos.
Y Nónimo, a ver si te agrego!
Saludos a todos!
almost true story ;) but i think those 2 will meet each other again ;)
I. :)*
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