Era un día estupendo para la
pequeña Rocnalú. Hacía unos cuarenta grados a la sombra y soplaba un viento
tempestuoso, de los que arrancan árboles y montañas. Se había puesto su abrigo
favorito, verde con estampados de flores y rombos. Después se miró al espejo
con una sonrisa triunfal. Los dos dientes de leche que le quedaban la saludaron
al abrir la boca. Debido al viento no
era necesario peinarse. Se rió y lanzó el cepillo al estante de abajo. Se puso
unas botas de lluvia rojas con mariposas amarillas, azules y violetas y, dando saltos, salió de casa.
Ya estaba en el jardín, a punto de
cruzar la verja roja que daba a la calle, cuando se topó con su abuelo. Nodimri
llevaba doscientos años retirado, dedicado a la pesca y a los juegos de cartas.
Había sido un dios de la guerra en sus tiempos mozos, aunque a Rocnalú le
costaba imaginarlo poderoso, iracundo e imponente con las pintas que llevaba
ahora. Vestía un mono muy ancho de color amarillo yema y hedía a gusanos
machacados y cabezas de pescado.
—¿A dónde crees que vas? —le
increpó el anciano.
—A jugar.
—¿Cuántas veces te he dicho que no
puedes salir entre semana? Tienes que estudiar para poder ser una gran diosa de
la guerra o, al menos, de las artes. No vayas a acabar como mi sobrina tercera,
de simple musa de autores de cancioncillas para verbena.
—Me voy a jugar —insistió Rocnalú
más terca que nunca.
—¡No vas! —la voz del abuelo sonó
tan alta que los pájaros de todo el continente se quedaron sordos.
Rocnalú dio tal pisotón que removió
el suelo marino, causó dos maremotos y un eclipse lunar.
—¡Claro que voy!
—¡No! ¡No vas! —el abuelo puso en
marcha uno de sus polvorientos trucos de antaño. Se rodeó de una nube de
cenizas que olían a azufre y de llamaradas entre las que se veían cabezas de
tigres y dragones. Su boca desdentada se transformó en un hocico de lobo.
Arqueó el cuello y aulló muy fuerte.
—Que no, abuelo. Que no me das
miedo. Te lo he dicho mil veces.
Él rugió de nuevo, pero esta vez
sonó a estornudo.
—Además —añadió Rocnalú—. Tia Nomri no quiere que hagas estas
tonterías. Te cansas y el azufre te sienta mal. Te dolerá la cabeza toda la
tarde.
El viejo refunfuñó mientras
desaparecían las cenizas y las llamas. Su hocico de lobo se mantuvo.
—¿Pensarás en lo que te he dicho
sobre tu futuro?
—Claro —sonrió ella mostrando
orgullosa sus dos dientes.
En cuanto el abuelo se dio la
vuelta y comenzó a andar hacia casa, Rocnalú descruzó los dedos.
Salió corriendo. Saltó sobre los
árboles, como si fuesen briznas de hierba. Después se camufló entre montañas y
se sentó. Miró los tejados del pueblucho más cercano con una sonrisa. Desde
allí inspiraría a algún incauto aldeano repetitivas melodías, pensó mientras
soñaba con hacerse mayor para ser la musa de las canciones del verano.
El relato es de Gloria T Dauden, aquí tienen enlace a su página de Facebook y su mail.
GloriaTorresDauden
Espero que les guste!
3 comentarios:
Muy chulo, el relato.
Como viene siendo habitual, absolutamente maravilloso. Es un disfrute visitar tu página. Enhorabuena.
Muy bueno y la ilustración es una pasada.
;)
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